

LAS TRIBULACIONES DE ELSA ROBLES CAPÍTULO 3
Cuando empezó su viaje por Ítaca, Elsa Raro no era sabia.
Venía de un mundo idílico y protegido, donde reinaban el amor y la armonía, sin enemigos, sin traumas, sin maledicencias. Una especie de paraíso que, aunque ella aún no podía ni imaginarlo, pronto se convertiría en un paraíso perdido.
Pero, Elsa Robles, aunque no era aún sabia, no era tonta. Su entrada en el mundo real la convirtió muy pronto en una persona sabia, a base de golpes y desilusiones.
Y aprendió mucho, y muy pronto, y en muy poco tiempo.
A lo largo del camino encontró muchas máscaras, infinidad de decepciones y traiciones, actitudes incomprensibles, comportamientos inexplicables, pero también mucho amor, comprensión y lealtad.
Las máscaras fueron cayendo y aprendió a distinguir el trigo de la paja, se volvió selectiva y se aferró a su mundo.
Pero su mundo a veces quedaba pequeño y entonces se permitió abrir puertas, siempre bajo el ojo vigilante de las personas que han ido adquiriendo cierta sabiduría con el pasar de los años.
Y esa apertura le aportó un sinfín de bellas experiencias, nuevos conocimientos, gratos momentos de charlas y diversión, incluso de ilusión y esperanza.
El mundo de Elsa Robles, no es tan raro en realidad. Se parece mucho al mundo de la mayoría de los seres humanos, que no son los únicos seres vivos capaces de sentir amor, dejarse amar, proteger y dejarse proteger, pero que sí son los únicos seres vivos capaces de destruirse entre ellos, a los de su misma especie.
A menudo se sintió, y se siente, diferente e invisible (dos acertados títulos para dos grandes novelas de Eloy Moreno, a quien lee, a quien considera un autor muy versado en la vicisitudes, problemas y vivencias de los, a menudo mal llamados seres humanos). Sí se siente invisible y diferente en ciertos entornos en sorprendente contraste con la visibilidad y buena acogida que siente en otros entornos.
Esa diferencia e invisibilidad tienen su lado bueno, piensa ella a menudo, después de todo, mirando alrededor la normalidad no parece muy atractiva y la invisibilidad a veces le permite encerrarse en su universo paralelo, replegarse en ella misma y concentrar todo su potencial (o su poco potencial) en aquello que ama, en aquellos a quienes ama.
Elsa Robles, se ha convertido en una persona sabia, lo que no quiere decir que sea inteligente, de hecho, siente a menudo que su inteligencia apenas alcanza el cinco sobre diez que le da un aprobado justo. Pero sabia, eso sí, aunque, a sus treinta años no haya alcanzado aún la sabiduría absoluta que desearía haber alcanzado cuando acabe su viaje por Ítaca.
De vez en cuando, ciertos hechos la llevan a meditar, Elsa siempre ha sido una persona reflexiva y seguramente lo seguirá siendo, y entonces descubre cosas que no tienen mucho sentido.
Acepta que cualquier persona tienen derecho a considerarla diferente, consciente es también de la diferencia que implica esa palabra dependiendo de quien la pronuncie. Diferente, especial, así la definen algunos de sus conocidos, y una parte de ella le da un matiz positivo a esa palabra, al oírla, siente que la están alagando y le producen una extraña mezcla de sentimientos: agradecimiento, cierta autoestima y cierto vértigo. Sí cierto vértigo e incluso miedo, porque también conoce demasiado bien el peligro de la idealización excesiva, de la tendencia humana a crear en sus humanas mentes personajes ficticios a los que les conceden la categoría de ídolos, o semidioses. Ídolos o semidioses con pies de barro que caen de su pedestal al menor atisbo de humanidad.
La palabra “diferente “tiene también ese matiz negativo como de raro, o de bicho raro, que aún suena peor y provoca una cacofonía desconcertante en sus machacados oídos, aunque intente hacer oídos sordos, porque después de todo… También ella muchas veces se ha visto así.
Y después está ese misterio sin resolver que a menudo la deja anonadada y la lleva a hacerse preguntas para la que no consigue encontrar respuesta: ¿Por qué esas personas que convierten a otras personas en invisibles, que las ningunean, que las ignoran, que las desprecian, no las convierten en invisibles en el sentido total y absoluto de esa palabra? ¿Por qué no les conceden el derecho a disfrutar de las ventajas de esa invisibilidad? ¿Por qué las convierten en personas visibles a sus espaldas, las calumnian, las critican, las juzgan, predisponen a personas manipulables y faltas de juicio propio o de la capacidad de discernir o contrastar versiones en sus aliadas, consiguen, con una oratoria de bajo nivel pero, al parecer, muy convincente, extender odio y animadversión creando un mundo de oscuro silencio alrededor de esa persona invisible, que a ratos y en ciertos momentos de chabacano y cruel cotilleo se convierten en víctimas muy visibles para pasar muy pronto a ser de nuevo invisibles?
Elsa no puede evitar hacerse esas preguntas, porque después de todo existe, así que piensa, pero en su viaje por Ítaca, aunque apenas haya sobrepasado el cinco del aprobado en inteligencia, tiene una nota más alta en sabiduría y sabe que es absurdo hacerse preguntas para las que nunca encontrará respuestas. Porque aquel que habla a tus espaldas es demasiado cobarde como para darte esas respuestas, o porque tal vez opina que no tienes derecho a explicaciones ni respuestas. Así que, respira hondo, cierra los ojos, observa todo lo bueno que tiene, las personas de alta calidad humana que la rodean, que la aman con todos sus humanos defectos y contradicciones y desea de todo corazón no herir a quienes han depositado su confianza en ella, desoyendo dimes y diretes, maledicencias y juicios de valor ajenos.
Todo lo demás no es su problema al menos mientras nadie le de una razón convincente de que realmente sí lo es.
Porque a sus treinta años, Elsa es capaz de dar media vuelta, cerrar los ojos, taparse los oídos y abrazar lo bueno, lo positivo, lo que suma, lo que enriquece, lo que da vida.