CAPÍTULO 2
CUANDO REINA LA VERDAD
Elsa Robles, que siempre se ha sentido un poco rara, empezó a sentirse aún más rara tras los últimos años y los últimos daños.
Cierto es que los años previos también se sentía un poco rara, como si de pronto se hubiera despojado de todos los velos que la cubrían y hubiera dejado salir a la superficie todo lo que llevaba escondido. Los treinta años habían marcado un antes y un después, la certeza de que el tiempo volaba, la necesidad de vivir intensamente, saborear los momentos que la vida le ofrecía, abrazar una realidad diferente y abrir puertas, quizás demasiadas puertas.
Ella, que siempre fue tan selectiva, tan comedida y racional, tan sensata, de pronto se dejó llevar por la intensidad del viento, abrió puertas y ventanas y se adentró en recovecos oscuros donde jamás se sabía si acabaría enfrentada a cualquier navajero desaprensivo que la abriría en canal y acabaría con aquella ansia de vida que tan súbitamente había despertado en ella.
Un día despertó, notó que algo faltaba. Le costó identificar aquel silencio, aquel vacío que había invadido sus días hiperactivos. ¿Qué había ocurrido?
Echaba algo de menos, algo faltaba en esa nueva vida que había reemplazado su antigua vida, tranquila, segura, serena. El silencio parecía cortar el aire, soplaba un viento extraño. No pasó mucho tiempo antes de que lo supiera: Faltaban los cantos de sirena.
Durante los últimos años se había dejado hipnotizar por aquellos cantos que llegaban de zonas lejanas e inexploradas. Recordaba las fantasías de su infancia, aquella sirena que su madre guardaba en su mesita de noche y le hacía inventar historias fantásticas cuyas protagonistas eran aquellas mujeres con una parte superior totalmente humana, largos y ensortijados pelos, labios de un rojo intenso y colas de pez. Sirenas, seres que existían en su imaginación de niña y que lograban extraños prodigios.
Con los años las sirenas pasaron a ser lo que en realidad eran, seres inexistentes, reminiscencias de antiguas leyendas en las que durante un tiempo creyó. Pero Elsa era demasiado racional, demasiado sensata como para alargar en el tiempo fantasías de infancia y quimeras, la realidad se imponía y esta estaba llena de trampas, no había que bajar la guardia, en cualquier lugar acechaba el peligro, nada era lo que ella había creído, tiempo atrás cuando en su mente de niña rara e imaginativa los seres más extravagantes tenían cabida.
Pero Elsa había alcanzado la treintena, su mundo de niña había muerto pero la realidad le recordaba cada día que el tiempo era fugaz y efímero y que las fantasías también alimentan el alma.
Y abrió la coraza que tantas experiencias previas habían convertido en hermética y volvió a creer y se dejó llevar por el vaivén de unos días que traían maravillosas sorpresas, como los añorados días de su niñez, cuando existían los Reyes Magos y el ratoncito Pérez, y todo era tal y como parecía antes de despertar del sueño de los necios, envolverse de realidad y aprender de esta todo lo que conlleva, lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor, las gratas sorpresas, las sorpresas desagradables, las noches oscuras, las mañanas de una luz que deslumbraba y la obligaba a cubrirse los ojos con las manos para poder mirar ese sol que amenazaba con cegarla.
Y volvieron las sirenas, y sus cantos, y pensó que tenía su encanto dejarse llevar por el viento mágico que le llevaba recuerdos de otros tiempos, de mucho antes de perder la inocencia, cuando creía que todas esas canciones que llegaban de lejos tenían un fondo mágico, pero también verdadero.
Y su vida se lleno de una magia incierta, porque a los treinta años, la magia huele a truco, a engaño sutil pero certero, pero no quería creerlo, quería volver a vivir aquel tiempo que se escapó de sus manos, entre sus dedos, como el agua de un cántaro relleno de un manantial de vida.
Abiertas de par en par las puertas, todo el mundo tenía cabida en su mundo, ese mundo que había llegado a ser un espacio limitado y seguro.
Y se dejó llevar, y oyó los gritos de quienes la urgían a desplegar sus alas, a volar muy alto, confiada y segura, inconsciente, ilusa, guiada por aquellas sirenas que la instaban a alzar sus alas, volar muy alto, jamás pensó que en un momento dado, cuando tras años de dudas, se decidió a desplegar esas alas que parecían reacias, aquellas sirenas, cuyos cantos habían nublado su mente mientras ensordecían sus oídos la dejarían sola, volando, en medio de ningún lugar, con un vértigo que la paralizaba y le cortaba el aliento, sola, sin paracaídas, muertas sus ilusiones, mudas las sirenas, infinito el vacío entre el cielo y el suelo que siempre había pisado con paso firme.
Y después llegaron tiempos oscuros, tiempos de aislamiento y semiaislamiento, y aprovechó las pequeñas treguas para encontrar un momento para quienes siempre estaban dispuestos a encontrar un momento. Y descubrió que más allá de los cantos de sirena había verdades, certezas. Y recordó los tiempos oscuros, y los menos oscuros y los momentos mágicos y comprendió lo que fue verdad y lo que fue quimera, y recordó que cada primavera las flores renacían, después se secaban y había nuevas flores la siguiente primavera, y amó a esas flores y agradeció los momentos efímeros que habían llenado su vida de suaves fragancias y hermosas visiones y esperó que cada primavera crecieran nuevas flores que enriquecieran su vida con nuevas fragancias, nuevos colores, hermosas visiones, momentos de dicha, pero entendió el valor de los árboles de hojas perennes, los que siempre están aunque no estén, los que ofrecen su sombra protectora cuando el calor asfixia y te cobijan las tardes de lluvia y los días de intenso frío.
Y a medida que los cantos de sirena se alejaban, llegaban las palabras, las frases sinceras, las que gustan, las que duelen, las de siempre, las que no cambian ni con las estaciones ni con los años.
Y se sintió ella misma, feliz, renovada donde la verdad habita.