Pascua
Llegábamos a casa, felices y excitados ante la perspectiva de
pasar unos días de vacaciones.
El olor a mona precedía nuestra entrada, nos guiaba hacia el
lugar donde mi abuela y mi madre se afanaban en darle forma a
aquella pasta que habían amasado con tanto amor. Había, principalmente,
cocodrilos y cestitas, a veces acompañados de un huevo
cocido coloreado, otras con fruta confitada, siempre adornadas
por pequeñas bolitas de mil colores. Aquellas pequeñas figuras
eran nuestras preferidas, pero las dedicadas y provisionales pasteleras
tampoco habían olvidado las formas clásicas: la simple coca
alta para los más mayores y su equivalente en miniatura para los
pequeños. Algunas de ellas habían sido rellenadas con dulce de
cabello de ángel o pasta de boniato, todas estaban riquísimas,
pero no podrían ser saboreadas hasta el domingo de Pascua por la
tarde, a la hora indicada y en el lugar convenido. Y, por supuesto,
tenían que ser dosificadas, hacerlas durar hasta el martes, cada día
en un sitio diferente. A veces, lo alargábamos hasta el miércoles,
era la excusa perfecta para una nueva excursión a alguno de los
lugares clásicos, muchos de los cuales ya no existen…
De momento, había que conformarse con lo que sí estaba permitido,
me gustaba comer los restos de aquella pasta tan dulce,
repelando aquella vasija de plástico verde, hasta el último vestigio,
con el palo de madera que habían utilizado para removerla, y las
bolitas de colores que permanecían en sus pequeños frascos esperando,
o quizá no, ser devoradas.
Olía a Pascua…
Abandonábamos nuestras carteras en un lugar de donde no
saldrían hasta casi dos semanas más tarde. ¡Dos semanas! Toda
una eternidad en aquellos tiempos.
DE TODO CORAZÓN- ROSABEL PEÑARROJA GARCÉS- EDITORIAL CALIGRAMA, 2019