
NIEBLA EN PRIMAVERA
De pronto una inmensa niebla lo invadió todo.
Pareció llegar de súbito, pero en realidad no fue así. Deberíamos haber interpretado las señales, pero los seres humanos tendemos a mirar hacia otro lado, hacer oídos sordos, evitar pensar, optar por creer en las versiones oficiales no vaya a ser que nos llamen catastrofistas o “conspiranoicos” o que nos acusen de haber visto excesivas películas de ciencia ficción.
Lo cierto es que eso es lo que parecía, una auténtica película de ciencia ficción, esa sensación al menos tenía Elsa cuando miraba a su jefe dar órdenes a largo plazo, las palabras parecían llegar con dificultad, como si hablaran por el móvil y hubiera poca cobertura, el escenario parecía el de una pesadilla o una broma de mal gusto. Era viernes, las órdenes debían ser cumplidas el lunes, pero el lunes estaba demasiado lejos en el tiempo, porque el tiempo había perdido sus parámetros, porque todo parecía estar grabado en cámara lenta. Hablaba de cosas muy extrañas, de quedarse en casa, de organizar el trabajo de una manera que Elsa encontraba imposible y surrealista. ¿No salir de casa? ¿Una niebla que podía ser letal, un estado de alarma, que seguramente duraría unos quince días?
A la salida del trabajo nadie circulaba por la calle, los bares habían cerrado, también las tiendas, Elsa caminaba hacia casa con una sensación de irrealidad absoluta, nada de aquello podía ser ver, mientras la niebla se iba volviendo oscura y espesa y una sensación de ahogo le oprimía el pecho.
Ese lunes en el que supuestamente deberíamos habernos reunido y decidir como íbamos a organizar nuestras actividades laborales ya llevábamos todos dos días encerrados en casa. La niebla era tan espesa que no solo ponía en peligro la circulación, había supuesto un auténtico caos, el orden normal de los acontecimientos se había alterado, nada era igual, nada volvería a ser igual, aunque entonces se empeñaran en repetir mantras tan edulcorados como poco creíbles, una especie de antídoto verbal contra el veneno que flotaba en el aire y del que casi nadie saldría totalmente indemne. Al parecer la niebla llevaba agentes tóxicos que ponían en peligro nuestra vida, respirar podía ser un paso casi seguro hacia la muerte. Sí, respirar aquel aire nocivo y venenoso podía suponer dejar de respirar para siempre, una contradicción como tantas.
Decían que no duraría mucho, pero los últimos días, los más prevenidos y quizá también los más egoístas habían agotado las existencias en todos los supermercados, por si acaso. Para Elsa cocinar aquel arroz al horno que tenía previsto para el sábado fue toda una auténtica epopeya. Apenas quedaba carne, la carnicera, siempre tan apañada, se las ingenió para rescatar unas cuantas migajas de aquí y de allí, hasta una morcilla y una longaniza, parecía que después de todo el arroz saldría bastante decente pensaba Elsa mientras recordaba lejanas historias contadas por sus abuelas que hablaban de cartillas de racionamiento, hambre y carencias.
A primera hora de la mañana había estado en la farmacia para aprovisionarse de medicamentos que podría necesitar y de mascarillas, estas últimas hacía días que habían desaparecido de los estantes de todas las farmacias y supermercados y había una larguísima lista de espera para conseguir una y, por si fuera poco, eran carísimas.
¿Conseguirían superar quince días de aislamiento y encierro, confinamiento, una palabra de uso poco común que pasó de la noche a la mañana en convertirse en el vocablo estrella en cualquier conversación?
No fueron quince días, ni veinte, ni siquiera un mes, fue mucho más. Cambiaron las rutinas, cambió nuestra forma de relacionarnos, cambiamos nosotros. Algunas personas anhelaban salir a la calle, respirar aire puro, pero de inmediato comprendían que aquello era imposible, la niebla era cada vez más espesa, la oscuridad mayor, en el exterior todo era caos y confusión mientras en los telediarios y en las redes sociales aparecían noticias contradictorias, verdades que inmediatamente se etiquetaban como bulos, bulos que se aceptaban como verdades, graves omisiones, imágenes que ofrecían un aspecto esperanzador de la realidad que representaban un porcentaje exiguo de la realidad que de verdad existía.