MÁS ALLÁ DE LA NIEBLA

    El día había amanecido gris, oscuras nubes cubrían un cielo que de vez en cuando parecía llorar las lágrimas que ella trataba de contener con inusitado éxito. Más tarde pensaría que debería haber interpretado ese detalle como una señal, pero en aquellos momentos pensar se había convertido en un ejercicio mental excesivamente exigente.

     El tren salió puntual, aunque tampoco podría asegurarlo, durante unos momentos había perdido la noción del tiempo e incluso del espacio. Ahora, recuperadas estas, se supo en un tren que se deslizaba en silencio bajo los grises colores de aquella mañana de invierno, mientras ella contemplaba sin verlas las yermas extensiones de tierra parda. Un vasto paisaje coronado a lo lejos por colinas nevadas. Se sentía inquieta, incómoda, ensordecida por una música que no conseguía oír a través de auriculares ajenos. Las cabezas de los viajeros enfrascadas en aparatos de última generación, dedos que se movían a una velocidad vertiginosa formando frases escritas, conversaciones a medias a través de teléfonos móviles, interlocutores lejanos, tal vez a kilómetros de distancia, mientras en aquel vagón nadie hablaba con nadie, nadie miraba a nadie, nadie parecía conocer a nadie. Gente se apeaba, gente subía, apenas podía distinguir a unos de otros formaban un todo homogéneo dominado por la individualidad, rostros desconocidos y anodinos, cuerpos enfundados en gruesas parcas con las que trataban de ahuyentar el frío del cuerpo y tal vez del alma.

    El traqueteo del tren, la monotonía del paisaje le provocaba somnolencia, pero la inquietud le impedía dormir. Recordaba sin nostalgia escenas de la noche anterior. Se veía a ella misma andando sin rumbo mientras transitaba las calles de Soria, aterida de frío, un café caliente en un viejo bar del casco antiguo, las horas sentadas bajo el viejo olmo leyendo y releyendo los versos del inmortal poema. Quizá esos versos lo resumían todo, quizá aquella era la explicación a todas las explicaciones que le habían sido ocultadas celosamente, como un viejo tesoro escondido bajo un mar en calma en algún lugar lejano. Tal vez todo su mundo había muerto de viejo, herido por el rayo, en su mitad partido. ¿Acaso tenían sentido las explicaciones? ¿Tenía realmente derecho a ellas? ¿Podía esperar ahora, tras el largo invierno, el milagro de la primavera, el reverdecer de las hojas secas? Un riachuelo lejano le recordó de pronto que después de todo la vida es eso, un fluir continuo, un continuo avanzar, que al fin y al cabo nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, y que nadar contra corriente jamás te permitirá llegar muy lejos del punto de salida.

     El tren avanzaba con insoportable lentitud, sentía tensarse aquel nudo en el estómago que se había ido formando a lo largo de los últimos meses. Cada kilómetro la acercaba un poco más a aquel destino incierto donde podía reinar la esperanza o la zozobra, un nuevo despertar o un punto final.

    Dejaba atrás ciudades donde la vida cotidiana consistía en una sucesión de días monótonos, ciudades pobladas por seres como ella que se movían entre la ilusión y la desesperanza, que reían y lloraban, que amaban y desamaban y de vez en cuando eran presa de una gran indiferencia o podía dejarse arrastrar por un odio destructivo del que acababan siendo sus víctimas principales. Seres humanos después de todo.

     Absorta en meditaciones apenas se había percatado de lo cerca que estaba de su meta, el tren se acercaba lentamente a su destino, ¿También se acercaba ella al suyo? Avanzaba con parsimonia por el final de aquellas vías que ella había interpretado como el hierro al que aferrarse, como el último vestigio de esperanza, el renacer, el reencuentro con un paraíso perdido que no sabía a ciencia cierta cuándo había perdido.

        Los cristales traslúcidos, algo sucios, que el vaho había convertido en opacos impedían ver el andén. Impaciente, trató de hacer un hueco trasparente frotando un pañuelo de papel que había estado estrujando entre sus manos durante todo el viaje. Anhelaba saber qué había al otro lado del cristal. ¿Reencontraría los rostros sonrientes, las miradas amables, la camaradería y la alegría que habían estado hibernando durante el largo invierno? ¿Se habría producido por fin aquel deseado milagro de la primavera? ¿Volvería a estar todo en su lugar y las explicaciones habrían dejado de ser necesarias? ¿Sería capaz de entender todo lo que le había parecido inexplicable?

     Encontró una estación oscura, sus ojos buscaban ávidos, pero… una densa niebla lo envolvía todo y en medio de la niebla no había nada.

     Miró de frente, avanzó por el andén y se dijo que a partir de esa nada ella podría volver a empezar de nuevo, quizá podía empezar por hacer algo creativo.

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