Aquí en mi ciudad, tan cerca del cálido Mediterráneo, jamás hemos vivido unas navidades blancas, pero sí hemos vivido la magia de la Navidad, unas veces con más intensidad, otras con menos.
Las primeras navidades que recuerdo aparecen en imágenes difusas y tan lejanas que me pregunto si no sería un sueño. Me consta que fueron reales. Debía ser el día de Nochebuena, el Seat 600 verde de mi padre serpenteaba por una colina de considerables curvas muy cerca de la ciudad. Yo debía tener unos tres o cuatro años, menos de cinco seguro. Sonaba, no estoy segura si en el magnetofón de mi padre o en la megafonía, el famoso villancico de «Los peces en el río». Imagino, por la ubicación, que íbamos a recoger la «caja» de Navidad. Ese detalle de todos los años que siempre era motivo de gran emoción, la abríamos con gran impaciencia, anhelando encontrar los turrones más típicos, los polvorones, la sidra y alguna botella de vino y entre muchos artículos más la lata de piña y la de melocotón con las que mi madre elaboraría el tradicional «pijama», postre típico de piña, melocotón y flan, una delicia.
En la ciudad donde nací, en la que vivo, jamás hemos tenido unas navidades blancas, pero solía hacer frío, por eso mis abuelos encendían la chimenea y el crepitar del fuego, su luz, el olor de los preparativos para la cena, el silencio de las calles, todo contribuía a crear un ambiente entrañable y mágico, acogedor y familiar.
Siempre queda algo de esa magia, aunque los tiempos cambien, aunque echemos terriblemente de menos a quienes entonces estaban y ahora no están, aunque de alguna forma están, porque su presencia es palpable y al mirar esas sillas que solían ocupar los vemos allí, entonando villancicos y otras canciones de siempre que se convirtieron con el tiempo en un repertorio habitual, familiar y muy nuestro.
Ya somos demasiado mayores para creer en los Reyes Magos, pero la magia de esa noche sigue existiendo. La sentimos y la revivimos cuando nuestros hijos eran pequeños, las revivimos cuando vemos los rostros de niños emocionados e ilusionados en la cabalgata de reyes y, en esos momentos, desearíamos volver a ser niños y ser los protagonistas de esas escenas.
Pero existe aún magia en Navidad. Mirar alrededor y ver los rostros de tus seres amados te compensa, aunque no llegue a rellenar el vacío que dejaron los que ya no están. Este año no hubo villancicos, ni repertorio habitual, nos dejó recientemente uno de los artistas principales. Pero había armonía y amor, buena comida, salud y la necesidad de hacer felices a esas personas tan amadas.
Los Reyes se portaron muy bien, llegaron bastante cargados y vivimos los habituales momentos de emoción al desenvolver los regalos, sonrisas, gritos alborozados, y palabras de agradecimiento. Pero el mejor regalo fue la presencia de nuestros más valiosos tesoros.
Sí, aún queda magia en Navidad, sí, la Noche de Reyes sigue siendo mágica cuando tienes contigo lo que más quieres y en tu memoria y en tu corazón a los que, pese a que se fueron, también están y también quieres.
Molt boniques les paraules. Sols falta dir que els que se’n han anat sempre són amb nosaltres i que ara tal volta hi haja algú que altre nou que forma part de la nostra família.
Aixina és, Carmen.