
ESCENARIOS DE “EL VUELO DE PALOMA”
LIVERPOOL
En la novela “El Vuelo de Paloma”, la madre de la protagonista, que es a su vez protagonista de la historia del cuaderno, vive una escena muy parecida a esta. Ya comento en la nota de la autora, al final del libro, el porqué de esta recreación, pero ahora voy a extenderme un poco más en esa experiencia que tan bellos recuerdos me trae como para haberlos dejado plasmados en un libro, con otros protagonistas y en otros tiempos, por supuesto.
Yo ya había estado varias veces en Liverpool cuando mi compañera me dijo que había quedado allí el sábado siguiente con una amiga que trabajaba en Londres.
Al principio dudé, estaba muy cansada y el sábado podía tomarlo como un día libre para descansar. Sin embargo, me atraía la idea porque sabía que aquella vez iba a ser diferente. Ese sábado los niños que participaban en el intercambio pasaban el día con sus respectivas familias, lo que nos daba la oportunidad de explorar la ciudad con mayor libertad y de forma más consciente, al no tener que estar pendientes de treinta alumnos y alumnas que solían portarse bien, pero que tenían que estar vigilados puesto que estaban bajo nuestra responsabilidad.
Así pues, acepté la propuesta y jamás me he arrepentido.
Cogimos un tren muy temprano, recuerdo que nos quedamos muy sorprendidas cuando vimos subir a unas cuantas mujeres con rulos en el pelo. No alcanzábamos a entender qué significaba aquello: ¿Era una broma? ¿Tal vez una despedida de soltera? Nunca llegamos a saber la razón de aquel detalle tan inusual, pero fue causa de risas incontenibles durante el trayecto y mucho después.
En la estación de Liverpool nos reunimos con la amiga de mi compañera, se abrazaron, me la presentó, nos dimos un par de besos. Sí, en aquellos tiempos pre pandémicos era bastante normal abrazarse y darse besos y lucir sonrisas al descubierto, sin máscaras.
Callejeamos un rato por la ciudad recorriendo calles y tiendas que yo ya había recorrido otras veces. Ese día no visitamos el museo de Los Beatles, como tantas otras veces, pero estuvimos en “The Cavern” y fue una experiencia casi religiosa.
Las calles adyacentes estaban repletas de músicos callejeros interpretando canciones del grupo de Liverpool y de otros cantantes de la misma época. La música flotaba en el ambiente. Estaba tan emocionada que recuerdo que llamé a casa para que mi familia escuchara, a través del móvil, una de aquellas canciones.
El pub estaba abarrotado de fotos y recuerdos del famoso cuarteto y sonaba también música de ellos, lo que contribuía a crear una atmósfera mágica, de pronto me sentí trasladada a otro tiempo dentro del mismo espacio.
Pedimos una cerveza y conversamos. Durante unos momentos me sentí feliz, muy feliz. Se convirtió con el tiempo en uno de esos momentos que quedan grabados en tu mente, que te inspiran.
Cuando visitamos el lugar donde ellos solían ensayar tenía la impresión de que estaban allí, casi podía revivir aquellos momentos en los que los aún desconocidos músicos comenzaban su aventura sin ser conscientes de que acabarían convirtiéndose en una leyenda.
Es cierto que cuando escribí la novela solo habían pasado dos años desde aquello, pero hoy, cinco años después, lo recuerdo con la misma intensidad.
No lo planeé, no, no me paré a pensar a la hora de escribir aquello, surgió y me dio la oportunidad de revivir aquel momento mágico. Quise regalarle a Mari Luz una experiencia parecida, supongo.
La felicidad no es el fin, es el camino. La felicidad puede habitar en pequeños momentos y en pequeños espacios.
Aquel sábado, yo aún no lo sabía, pero estaba a punto de ocurrir algo que borraría la sonrisa de mis labios durante un tiempo, que aún me pone triste al recordarlo.
Antes de volver a Burton in Kendal, a la casa donde mi anfitriona me esperaba, compré una camiseta con una imagen muy típica, esa en la que ellos cruzan en fila un paso de cebra.
En mis oídos aún sonaba la música.